Su libro más reciente se propone sistematizar normas y conceptos en torno al comercio internacional y el derecho aduanero, una materia dinámica y controversial. En esta entrevista, defiende el papel del despachante.
En ocasiones, los hijos adolescentes protagonizan una rebelión que los lleva a buscar su propia identidad lejos del camino paterno. Otras veces, se da una especie de sintonía que los predispone a la continuidad. En el caso de Juan Patricio Cotter ocurrió esto último. Su padre, Juan Patricio Cotter Moine, se desempeñó como jefe jurídico de la Aduana y luego se retiró para ejercer en la actividad privada como abogado especializado. Por esos años, más concretamente en 1986, un todavía muy joven Cotter (h) empezó a trabajar en el estudio paterno y siguió haciéndolo luego de recibirse como abogado en la UCA, en 1992. Cinco años más tarde, tras el fallecimiento de su mentor, se produjo una fusión de la que nació el Estudio Petersen & Cotter Moine. Desde entonces, Cotter integra ese equipo de abogados, obviamente enfocado en la problemática del comercio internacional y el derecho aduanero.
–Usted sigue una clara tradición familiar, tanto en lo referido al derecho aduanero como a la escritura.
–Sí, mi padre escribió el Código Aduanero en coautoría con otros referentes, y luego fue uno de los que escribió el Código Aduanero Comentado. O sea que tanto la vocación de base como la de la escritura me vinieron por herencia.
–¿Cómo aparece el deseo de escribir?
–Se fue dando casi naturalmente. Siempre tuve esa inquietud. Empecé con algunos artículos de doctrina publicados en El Derecho y La Ley, que son las revistas jurídicas más importantes de la Argentina. Comencé así, casi como despuntando el vicio. Y en algún momento se me ocurrió que podía escribir algún libro. Me ayudó mucho el doctor Ricardo Basaldúa, que hasta hace pocos días fue presidente del Tribunal Fiscal. El primero fue sobre infracciones aduaneras, un tema sobre el que no había mucho material publicado. Y al tener muchos litigios en el estudio, contaba con toda la experiencia de campo. Luego, cuando se hizo la reedición del Código Aduanero Comentado, 20 años después de su edición original, para mí fue muy gratificante que aquellas personas que en su momento lo habían escrito con mi padre —Enrique Barreira, Ricardo Basaldúa y Héctor Vidal Albarracín— me invitaran a mí y a Ana Sumcheski y a Guillermo Vidal Albarracín a acompañarlos en la actualización. Así que desde un pequeño lugar trabajé en la obra que antes había hecho mi padre. En 2014, saqué un libro de tres tomos sobre Derecho Aduanero, una experiencia también muy interesante. Una obra densa, con un enfoque y un tono más jurídico. Y el trabajo más reciente —Derecho aduanero y comercio internacional, que se publicó en 2018—, es un libro de lectura más fácil, que aborda cuestiones más operativas y comerciales, lo que me pareció que también podía ser interesante para el mercado. En todos los casos fueron iniciativas puramente vocacionales. Los escribí en mis tiempos libres, normalmente de 8 a 10 de la mañana, todos los días. El libro anterior de tres tomos me llevó cuatro años. Este último, algo más de un año.
–¿En qué temáticas se centra su publicación más reciente?
–Primero, trata de sistematizar el derecho aduanero, ubicarlo con relación a otras ramas del derecho: habla de la Aduana, de los sujetos y de los distintos regímenes operativos. También aborda temas bastante novedosos y sobre los que no hay mucho escrito, como el concepto de facilitación y cómo congeniar la facilitación con el control, e instrumentos como los operadores calificados o autorizados. Y además se enfoca en todo el impacto de los acuerdos internacionales sobre el derecho aduanero, en particular el Convenio de Kioto Revisado y el Acuerdo de Facilitación, que son herramientas jurídicas aprobadas por el Congreso hace unos años y que tienen una influencia determinante en la vida cotidiana de cualquier operador.
–¿Cómo evalúa la tensión entre la facilitación del comercio y las demandas de seguridad?
–Creo que es un momento muy complejo en el que aparecen dos intereses a priori contrapuestos. De un lado, esta facilitación al extremo, en la que pareciera que hay que medir al funcionario por la liberación inmediata; y por el otro, el control que necesitamos que exista en la frontera. Yo creo que la respuesta está en las nuevas tecnologías al servicio del control; es decir, todo lo que sea control no intrusivo, anticipo de información, perfil de riesgo… Hoy se está trabajando mucho en la optimización de la información y la tecnología para agilizar los controles. Me parece que la cosa va por ahí, aunque obviamente no es sencillo.
–En un escenario donde además el comercio electrónico empieza a tener un impacto importante.
–Sí, la “tormenta de paquetitos” a la que hace referencia Ana Hinojosa cada vez que viene a la Argentina. Es un tema, sobre todo porque uno percibe que se están liberalizando los controles para ese tipo de operaciones y no para las tradicionales, cuando en realidad el comercio en serio va por estas últimas. Yo haría mucho más foco en liberar los tiempos y facilitar las entregas de la mercadería tradicional que viene con un despacho aduanero, antes que la que viene por paquetitos, porque la intermediación del despachante como garante de la operación permitiría elaborar un perfil de riesgo mucho más adecuado y acertado, y uno debería estar más volcado a acelerar esos procesos. Con respecto al e-commerce, me parece que hay mucho para hacer, y tampoco se puede ir a contramano del mundo y poner trabas sobre ese comercio; pero no veo la necesidad de salir a bajar tiempos ahí sin antes bajar los de la economía real, que va por el despacho aduanero. Es un tema de prioridades.
–En este contexto de intereses tan contradictorios, ¿cómo ve el rol del despachante?
–A priori, uno podría pensar que en un comercio cada vez más tecnificado resulta cada vez menos necesaria la intermediación, pero yo creo todo lo contrario: la figura y el conocimiento del despachante es cada vez más importante, porque la operación es cada vez más compleja. Antes, para solicitar una destinación aduanera, se describía la mercadería; hoy se asigna una posición arancelaria. Y esto no es para cualquiera. Para hacer un paralelismo, es como el caso del contador con las declaraciones juradas: en la época en que era manual, hasta yo llegué a hacer declaraciones juradas de impuestos; hoy, si quisiera hacerlas, me resultaría imposible: es muy complejo, tengo mucho margen de error y es probable que me equivoque. Con lo cual necesito al contador mucho más que antes. Me parece que esta comparación sirve. Hoy la incidencia del error al apretar una tecla en comercio exterior hace que no cualquiera pueda hacerlo, por las consecuencias y el impacto que tienen.
–Pero pareciera que los acuerdos internacionales no están del todo de acuerdo con eso.
–Que su figura no sea obligatoria no me parece relevante, porque en Argentina no lo es y la inmensa mayoría de las operaciones se canaliza a través de un despachante. El tema es no generar diferencias o regímenes especiales que lo dejen afuera. Por ejemplo, el programa Exporta Simple tiene que incluir al despachante, no excluirlo. No entiendo la racionalidad que hay detrás de esa exclusión. Si el objetivo es abaratar costos, se logrará a partir de la inclusión de todos los sujetos. Si quiero bajar costos, pero circunscribo el régimen a cuatro operadores, el precio del servicio lo van a definir esos cuatro operadores. Entonces, hay un contrasentido entre la finalidad perseguida por la norma y el resultado que se logra.
–¿Qué expectativas tiene con su nuevo libro?
–Soy docente en la Facultad de Derecho de la UBA, la UCA, la Austral y la Di Tella, donde dicto la materia Derecho Aduanero en el nivel de posgrados. La expectativa es que los alumnos de los cursos de posgrado y grado en temas de comercio exterior, y en general cualquier operador interesado en estudiar y prepararse, puedan tener una herramienta de utilidad para tener sistematizadas las normas y los conceptos fundamentales. No hay más expectativas que eso. El que produce algo de alguna manera se expone, porque publica ideas que pueden ser aceptadas o rechazadas, y esa exposición solo tiene sentido si del otro lado hay alguien que lo lee, confronta las ideas y puede generar un debate o plantear ideas superadoras. Esa es la dinámica que me interesa: expresar ideas con el ánimo de hacer un mínimo aporte a la doctrina, que luego puedan disparar otras inquietudes e ideas seguramente más productivas.